José Satorre, Manuel de la Curra y José Ruíz sientan cátedra en la Universidad de la Peña Juan Breva.

El resultado fue la realidad, esa incuestionable realidad que dicta que, sin flamencos no hay flamenco y que en ellos está toda la verdad. El público lo sabe, por eso se puso en pie y aplaudió titulando a los académicos protagonistas de una noche Cum Laude.

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Acudí este viernes 25 de marzo, con mi libreta de apuntes en la mano para aprender, una vez más sobre los secretos universales del Flamenco. Parecía un día como otro cualquiera en esa Facultad del Cante, el Toque y el Baile que es la Peña Juan Breva. Pero no sabía cuán equivocado estaba. Uno no se imagina, en esto del Flamenco, cuándo ocurrirá la próxima demostración empírica de la realidad física y existencial del Cante. Anoche, a primera hora, los profesores nos tenían preparada una lección académica de las que no se olvidan.

Podemos teorizar y someter a experimentación el Cante, sus fuentes y derivas. Se pueden escribir tratados, enciclopedias, manuales y seminarios. Podemos elaborar másteres y doctorados de flamencología. Incluso podemos encorsetar en pentagramas la dualidad del clasicismo innovador de lo Jondo. Pero todo ello hay que llevarlo a la práctica. Y es ahí cuando los doctores y demás eminencias entregan el testigo. Se someten a la realidad fuera del papel. Se quitan de en medio ante el torrente del manantial que brota de la verdad flamenca.

Anoche el triunvirato formado por el guitarrista José Satorre, el cantaor Manuel de la Curra y el bailaor José Ruíz, sentaron cátedra sin despeinarse. Quizá para ellos fue una noche más. Una noche de rutina académica en sus vidas de maestros del Flamenco, una repetición de la lección flamencóloga, un claustro de maestros a puerta abierta, una «MasterClass» de como ser flamenco y no morir teorizando en el intento.

El Cante.

El Doctor Honoris Causa por la Universidad de la Familia y su máster en «Noches de Tablaos», Manuel de la Curra, presentó su tesis de soleares, añadiendo bibliografía por bulerías. Marchó a Cádiz a experimentar con alegrías y en sus investigaciones obtuvo conclusiones de metal amplificado de duende y gitanería.

El Baile.

José Ruiz demostró empíricamente que las tablas teóricas infinitesimales pueden materializarse en cualquier escenario por muy relativo que parezca. Con el multiverso de lo incontestable, apartó hipótesis y teoremas. Zapateó y transmutó de la verdad cuántica del taconeo a la puesta en práctica de los viajes en el tiempo. Pasó a tener veinte años en el laboratorio de las tablas de la «Juan Breva».

El Toque.

El Premio Nobel de Ciencias es para José Satorre y sus cuarenta años de investigaciones en la Teoría de Cuerdas. Despeja incógnitas sobre física teórica de los trastes, los arpegios se doblegan ante el teorema elaborado del agujero de gusano de su guitarra para detener el tiempo en el horizonte de sucesos del toque; y todo ello sin necesidad de escribir una octava en el pentagrama. No hay conservatorio que enseñe, explique o teorice lo que Satorre hace con su instrumento.

El resultado fue la realidad, esa incuestionable realidad que dicta que sin flamencos no hay flamenco y que en ellos está toda la verdad. El público lo sabe, por eso se puso en pie y aplaudió titulando a los académicos protagonistas de una noche Cum Laude.

 

Jesús D. López.