
En una noche donde la brisa del mar de Málaga acariciaba suavemente las calles de esta milenaria ciudad, Ezequiel Benítez se hizo a la mar del Flamenco en el Teatro Echegaray, llevando a su público en un viaje por las olas de la tradición, que no es poco en los tiempos que corren con este arte nuestro al que llamamos Flamenco. Como los boquerones que nadan en las aguas malagueñas, Benítez se adentró en la sal del Cante Jondo con el repertorio de su último trabajo, «Dukka», con el que se puede decir que el de Jerez, es un valor seguro.
El espectáculo comenzó con unas rumbas/fiesta/juguetillos que evocaron el rebalaje y la frescura del mar malagueño, llenas de energía y ritmo, sacudiendo el alma como las olas en la orilla. Estas rumbas pusieron a bailar a la audiencia como si estuvieran sobre las tablas de un barco, disfrutando de la brisa marina y la alegría que desprende este intérprete. El jerezano sabe con lo que el público disfruta y se lo da.
Ezequiel navegó luego hacia la soleá de Triana, ese faro de luz flamenca que guió a todos los presentes a través de los tres mil años de historia fenicia de Málaga. Su interpretación de la soleá fue como un ancla recia y pesada, con el que rasgó el aire marinero del teatro que conectó al público con las profundidades del arte Flamenco, evocando la fuerza y el sentimiento que caracterizan a este palo.
Siguiendo su travesía por las bulerías, el cantaor dejó entrever su habilidad como capitán de este navío flamenco. Su voz, clara y rota a la vez, poderosa, inundó el teatro, transportando a los espectadores por los recovecos de la historia del Flamenco como si fueran los propios callejones de la ciudad y sus gentes.
En los tientos tangos, el artista dejó que el viento de la tradición llenara sus velas, mientras él a su vez llenaba el teatro con un cante puro y emocionante, atronador, sereno y tempestuoso, como el mar. La interpretación de los tientos tangos fue un perfecto equilibrio entre la pasión y la sobriedad, como el encuentro entre dos jábegas a remo entre aguas del Palo y los Baños del Carmen.
Arriesgándose a adentrarse en aguas menos exploradas, ya que por desgracia hoy es un valiente quién lleve una siguiriya canon a una bienal, Benítez encaró el palo con valentía y maestría, apretando y soltando. Así que resultó que la siguiriya fue como una tormenta en alta mar, como el de Alborán. Desatando dolor, fuerza y emoción contenida en este cante de profundo calado emocional de nuestro pueblo sufrido.
En la malagueña de «El Mellizo», el cantaor volvió a las raíces de Málaga, pescando en el mar de la tradición con su voz y su arte. Su interpretación de la malagueña fue como la marea que sube y baja, arrastrando consigo siglos de historia y dejando a su paso un rastro de melancolía y belleza. Fue una malagueña resignada, como todas. Un cante hecho para un estado de ánimo del que ha perdido mucho y Benítez entró en el papel.
Navegando en dirección a la Calzá y del Gloria, los fandangos llenaron de emoción el ambiente, recordándonos el sabor y la esencia de los cantes en los que Benítez saca sobresaliente y su fetiche jondo. Su voz resonó como el eco de los antiguos marineros que surcaron estas aguas, llevando consigo sus historias, sus penas y sus alegrías. Los fandangos fueron como la proa de un barco que se adentra en el corazón del Flamenco, guiado por la experiencia, la pillería, el verso ingeniosamente sonriente y el talento de Benítez que pesca en su propio barco con este palo.
Finalmente, Ezequiel Benítez regresó a las bulerías, cerrando el espectáculo con un derroche de alegría y buen hacer. Las bulerías finales fueron como el retorno al puerto después de un largo viaje, reafirmando la conexión entre el cantaor y su público, y dejando a todos con el sabor salado del arte flamenco en sus labios.
A pesar y al margen de la excelente presentación de Ezequiel Benítez, es necesario mencionar una preocupante tendencia en el mundo del Flamenco. Se percibe en el público y en quienes contratan los espectáculos una inclinación hacia la búsqueda de la innovación/fusión/meter-algo-en el Flamenco y sus espectáculos. Es como disparar con una escopeta de feria con la que, todos sabemos, si aciertas es un milagro. El artista casi se ve obligado a lo artificialmente estrambótico a veces. Otras, no se ve obligado, sino que fabrica una invención vacía por dentro y multicolor por fuera. En éste caso, lo malo son los cervantianos retableros que adoran sus maravillas.
Es fundamental recordar que el arte puro y auténtico del Flamenco precisamente no existe, por definición. De ahí, a confundir la escena con el laboratorio, un probador de Zara o una jazzsesion va el paso de perder cualidades y calidades.
Jesús López
Ezequiel Benítez en el Teatro Echegaray de Málaga, 3 de mayo de 2023. 20:00 horas. Bienal de Flamenco de Málaga
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