Como el estío andaluz, en la calurosa noche del 29 de junio de 2023, emergió de las sombras una figura etérea, una entidad imponente, una voz que habla directamente al corazón del Flamenco: Argentina. Un evento que, como si fuera regido por el cosmos, marcó una fecha significativa en el calendario de Alhaurín del Grande, «La Noche Flamenca», un honor compartido con la deslumbrante Susana Lupiáñez Pinto, «La Lupi».
Argentina
Argentina, el susurro Flamenco de Andalucía, tejiendo melodías con el hilo dorado de su voz, encendió la velada. Desde la composición flamenca inicial hasta los fandangos finales, su repertorio fue un río de tradición y vanguardia.
Los tanguillos de Cádiz sonaron como un eco de los barrios viejos, una llamada a la alegría costera. La Guajira transportó a los presentes a un paisaje caribeño, pintado con pinceladas flamencas. El alma vieja de El Piyayo revivió en sus Tientos-Tangos, un guiño a la historia de la música que ella custodia y honra.
El recorrido musical continuó entre serranas y bamberas, dándose el lujo de mezclarlas en armonías de bulerías por soleá, demostrando una maestría sin igual. Las malagueñas de El Canario y Juan Breva, rondeña chica y fandangos de Frasquito Yerbabuena llevaron a la audiencia a un estado de trance, con cada nota ejecutada como si fuese un mantra.
Argentina no es solo una artista, es un faro que guía y mantiene viva la tradición flamenca. Su importancia trasciende lo local, se convierte en nacional e internacional, un pilar que sostiene y eleva el arte Flamenco. Junto a ella, brillando con luz propia, José Quevedo «El Bolita». Su guitarra, un alma que habla y llora, riendo y suspirando en cada acorde. Un jerezano que ha sabido hacerse un nombre en el Flamenco, mostrando una virtuosidad y una pasión desmedida que brilló a lo largo de la velada.
A medida que la noche se despedía con los últimos acordes de fandangos, quedó claro que la actuación de Argentina era algo más que un concierto. Fue un recital de emociones, un encuentro con la historia, un canto a la vida y al amor. Un testimonio de la fuerza y la belleza del arte Flamenco.
«Argentina, el susurro flamenco de Andalucía, tejiendo melodías con el hilo dorado de su voz, enciende en cada nota el fuego eterno de la tradición flamenca.»
La Lupi
La «Noche Flamenca de Alhaurín el Grande» continuó su odisea de pasión y fuego, avanzando a través del manto estrellado hasta el deslumbrante despliegue de la bailaora flamenca Susana Lupiáñez Pinto, también conocida por su apodo flamenco, «La Lupi». Compartiendo el estatus de cabeza de cartel con la inimitable Argentina, La Lupi subió al escenario con la promesa de una tormenta de emociones y el arte del baile flamenco en su forma más pura y emocionante.
Con cada paso que La Lupi daba sobre las tablas, la noche parecía retener el aliento. Sus movimientos, elocuentes y llenos de una energía palpitante, eran una oda al baile flamenco que resonaba en cada rincón de Alhaurín el Grande. Había en su danza una atracción tan irresistible como la de la luna sobre las mareas, tirando de los corazones de los espectadores con cada zapateado, cada vuelo de su falda, cada movimiento de sus manos que parecían tallar el aire con versos invisibles.
La Lupi, con su indomable espíritu y su arte inigualable, trazó a través del silencio de la noche una narrativa de amor, pasión y tragedia, una historia contada a través del lenguaje universal del baile. Su cuerpo, transmutado en un instrumento de expresión pura, se movía con una precisión y gracia que hablaba de años de práctica y dedicación.
El fervor y la intensidad de su baile eran casi tangibles en el aire de la noche, un fuego que se propagaba a través del público hasta que todos se encontraban en la misma ola emocional. Cada cambio de ritmo, cada giro y parada, se sentía como un diálogo entre La Lupi y la noche estrellada, un intercambio de secretos y susurros en el lenguaje del Flamenco.
No había un solo espectador en Alhaurín el Grande que no quedara embelesado por la potencia de su danza, por la forma en que sus pies parecían azotar el suelo al compás de un corazón apasionado, por la forma en que sus brazos se movían en el aire como si estuvieran dirigiendo una orquesta invisible. El baile de La Lupi era una tempestad de emociones, una vuelta de fuerza de una bailaora en la cima de su arte.
Y cuando el último compás de su baile se desvaneció en la quietud de la noche, se hizo evidente que La Lupi había dejado una huella indeleble en la «Noche Flamenca de Alhaurín el Grande». Había bailado una tempestad en el corazón de la noche, y en el proceso, había dejado un eco de su pasión y talento que resonaría en los corazones de todos los presentes durante mucho tiempo.
«La Lupi, una susurrante tormenta de duende, enredada en cada vuelo de traje y martilleo de tacones, dibuja en el aire la esencia de la danza flamenca.»
Jesús López
Flamencología.org